jueves, 14 de noviembre de 2013

Los vecinos


Este mundo se ha vuelto loco y la última prueba de ello es que a una pianista le piden siete años de prisión por contaminación acústica y daños, lo que sería una exageración (por muy mala que fuera tocando el piano) estando libre Ismael Serrano.

Ya tengo yo dicho que los vecinos son peores que los cuñados y esto es así en  Puigcerdà y en Manhattan. Dios, en su omnipotente sabiduría, nos dio el libre albedrío pero se lo negó a Sonny Rollins y dispuso el mundo de tal manera que todos los acontecimientos ocurridos en el pasado desembocasen en que este señor se metiese un saxofón en la boca, que es el morir.

Dios lo quiso pero sus vecinos no. En 1959, Sonny Rollins, esa puta fiera de la naturaleza, se veía obligado a salir cada día de su apartamento de Manhattan con el saxo debajo de un brazo y un tupper con dos sandwiches en la otra para tocar en el Williamsburg Bridge durante jornadas de quince y dieciséis horas. El álbum The bridge se lo debemos al Señor, el nombre del álbum al oído de madera de sus vecinos.

Sólo quien no ha tenido un vecino pianista (p'tit hommage) es ridículo. Yo también tuve en mi tiempo un vecino pianista, de quien mi pareja en esa época  solía decir que era el hombre al que tenía que agradecer que conociese el color de su ropa interior pues añadía un toque de swing, un punto de romanticismo y altas dosis de complicidad a nuestros encuentros sexuales, que eran de naturaleza asalvajada y continua.

Yo mismo, en mi madurez, contribuyo de cuando en cuando al apaciguamiento de mis vecinos, ora aporreando un cajón ora agitando una pandereta, y encuentro un sincero agradecimiento en sus miradas. Sé que sus regulares protestas son una pose y que si algún enajenado me llevara a los tribunales no habría ningún juez que pudiese condenarme, máxime viviendo en un lugar donde los gaiteros campan a sus anchas con total impunidad.

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