A mí no me gusta escribir. Me
gusta, en todo caso, haber escrito. La felicidad no es siempre la
antesala de la felicidad, a veces es un felpudo tras una puerta trasera
que se cierra dejándote a la intemperie. El placer de haber escrito dura
poco, como un
orgasmo masculino, que cuando llega ya se está yendo como me dijo un día
un amigo. Haber escrito ni siquiera soporta la comparación con lo que
se siente delante de una tarta de chocolate.
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