Me gusta la playa de Salinas porque es como "el bar de los colegas" de cuando tenías entre 15 y 20 años, que no hacía falta llamar a nadie porque alguien habría y así, cada verano, cuando me siento flamenco, allá que me voy y me tiro duna abajo por la zona del Espartal, doy cuatro pasos y empiezo a hacer el
suricato y a mover el cuello de un lado para otro hasta que en algún lado se agita una mano. En el peor de los casos no encuentro a nadie en ese momento porque se están bañando o paseando o andan tomando el sol picha arriba sin mirar a la gente que llega, que es de una falta de educación insufrible, pero a los amigos y a la familia se les quiere con sus defectos y, a veces, como a las novias: por sus defectos.
En la playa de Salinas se pueden hacer varias cosas: la primera de ellas es juntar cosas para decir sobre las guapas que están echadas tomando el sol en los alrededores para cuando las parejas se despisten o no estén lo suficientemente cerca para oírlas.
La segunda es bañarte, que tiene su aquel, porque en el agua del Cantábrico metes un pie y se te congela el bigote. A esa característica se le añade el hecho del oleaje, que es un ver pasar, o un sufrir, una ola detrás de otra como si estuvieran viniendo hordas de vándalos y alanos con un hacha helada en mano.
La siguiente es levantar el pescuezo y opinar sobre la gente que pasa, con el análisis técnico y el funcional, como se hace en la Bolsa y ríete tú de Risto Mejide si es una mujer la que habla o de José Luis Vázquez si lo hace un hombre.
Luego está lo de pasear, que es exponerse a los ojos ajenos que me temo que ya ni miran. Antes llegabas a la playa y te arrancabas la ropa a toda velocidad y de ahí salía un cuerpo acorde a las tablas médicas y todo estaba tenso y en su sitio y la piel te brillaba como si te acabase de pulir y lustrar un limpiabotas de los de antes. Y, claro, salías a toda velocidad a pasear playa arriba y playa abajo. Luego un un
día la vida se pone a correr detrás de ti agitando un montón de papeles que al final resulta que son las
facturas que dejaste sin pagar de joven y por mucho que corras siempre te acaba alcanzando y todo se empieza a joder.
Llevo una parte importante de la playa de Salinas en el corazón y hoy me he traído otra aún más grande en la mochila. Tanta , me digo a mí mismo mientras extiendo medio Espartal sobre las baldosas de mi servicio, que me sorprende que aún haya playa a donde ir mañana.
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